Cómo responder a la política de actualizaciones forzosas de Windows

Esta mañana me he puesto a trabajar y me ha saltado una alerta de Windows 10, en la que me avisa que el sistema se reiniciará (quiera o no quiera), como consecuencia de una actualización forzosa del sistema. ¿Abuso de las empresas de software o medida de protección del usuario?

Seguro que te ha pasado alguna vez: te levantas de la mesa de trabajo, vuelves al cabo de media hora y te llama la atención que hay aplicaciones que parecen haberse cerrado solas, documentos que has perdido o páginas Web que no están en el sitio que las dejaste. No ha sido un fantasma, sino un reinicio forzoso ejecutado por el sistema operativo, como parte de la última actualización.

Pocas «funcionalidades» han despertado tanto resentimiento entre los usuarios de Microsoft como esta irritante y abusiva práctica que la empresa introdujo con Windows 10 hace unos años, y que sigue defendiendo con vehemencia, segura de que no tiene consecuencias económicas en su modelo de negocio.

El argumento de Microsoft para hacer esto es que Windows es un servicio, no un paquete de software, y que tienen derecho a actualizarlo continuamente, de acuerdo a lo que quieren ofrecer a los usuarios. Esa oferta incluye la actualización de componentes, la introducción de nuevas funcionalidades y la corrección de errores y agujeros de seguridad. Como Microsoft quiere asegurarse que los cientos de millones de sistemas que ejecutan su sistema operativo lo hacen perfectamente, fuerza las actualizaciones, ya que los usuarios son tontos y no tienen capacidad de decidir cuándo y cómo hacerlas correctamente. Esa es la teoría.

La realidad es que la actualización forzosa y, sobre todo el reinicio que suele acompañarla, origina muchísimos problemas, hasta el punto de que puede llegar a hacerte perder ficheros, trabajo en curso y datos importantes para tu trabajo. Y no me refiero sólo a que tengas una carta a medias en Word y se pierda. En Octubre de 2018 la actualización forzosa de Windows 10 hizo que millones de usuarios vieran desaparecer sus ficheros ya que una de las «nuevas funcionalidades» era borrar los directorios de usuario, como el de Descargas o Documentos, estuvieran vacíos o no.

Como consecuencia de los daños causados, la empresa ha recibido numerosas demandas de daños y perjuicios por todo el mundo. Nada más lanzar el sistema, ya hubo muchas quejas porque la actualización de Windows 7 u 8.1 a Windows 10 fuese poco menos que una imposición obligatoria, lo que motivó iniciativas para presentar demandas colectivas. Esto ocurrió aproximadamente en la misma época en la que muchas voces protestaron por las violaciones de privacidad de Windows 10, algo que ya se ha convertido en «otra función no documentada» habitual.

Microsoft tiene el dudoso honor de ser la empresa que más artículos del tipo «Cómo prevenir que Windows te espíe» o «Cómo impedir que Windows 10 se apodere de tu ordenador» tiene en Internet. Millones de páginas te explican todo tipo de técnicas para impedir que el sistema operativo se entrometa en tu privacidad, recopile datos de tu sistema, borre ficheros, actualice sin permiso y otra larga serie de «servicios al usuario».

Para aquellos que se han animado a demandar a la compañía y han podido probar los daños que han causado estas «funciones», los resultados han sido bastante positivos. En 2016, por ejemplo, tuvo que pagar $10.000 a un viajante de comercio por la actualización forzosa del sistema, que fue el mismo motivo por el que tuvo que pagar otros 1.100 € a un usuario finlandés.

Si esto es molesto o perjudicial para los usuarios, no te imaginas lo que puede ser para las empresas. Imagínate que tienes una máquina haciendo ejecutando un proceso numérico intensivo que dure varias horas. Puede ser una máquina de laboratorio analizando muestras de ADN, una estación de trabajo generando los cálculos de estructura de una edificación, o el puesto de un administrador de red que revisa las copias de seguridad de los sistemas de la empresa. Te vas a casa dejando una de esas funciones en marcha, en la confianza de que al día siguiente tengas los resultados, y lo menos grave que puede ocurrir es que al volver se haya perdido todo y tengas que reiniciar la tarea. Eso es «lo menos grave». Porque la posibilidad de perder datos, copias de seguridad o encontrarte con un directorio de ficheros corrompidos, es tan real como todo lo que te acabo de contar. No es una posibilidad, es que YA ha ocurrido.

La costumbre de Microsoft de apartar a empujones al usuario de su puesto de trabajo forma parte de una tendencia del mercado a apropiarse del software, en nombre de ese paradigma de «Software como Servicio», según el cual no adquieres la licencia del programa que instalas, sino sólo el derecho a usarlo temporalmente, mientras dure el contrato de alquiler de servicios.

Según este modelo, Apple puede borrar aplicaciones que tienes instaladas en el móvil, Google puede desinstalar componentes de Chrome y cualquier empresa puede obligarte a dar tus datos en un registro de usuarios que antes no existía, si quieres seguir accediendo a tus ficheros.

Por un lado, ya ha quedado claro que Windows NO es un servicio, sino un sistema operativo y el usuario o la empresa deben tener derecho a garantizar la continuidad y estabilidad de sus operaciones, sabiendo que la configuración que tienen funcionando se mantendrá estable y no sufrirá cambios no planificados. En un artículo muy bien argumentado de How-to Geek, esta Web explicaba que nadie ha pedido que Windows fuera un servicio y que las chorradas que aporta al sistema (perdón, «nuevas funcionalidades»), como cambiar las cosas de sitio en el panel de control, Paint 3D o sustituir el navegador Explorer por Edge, no justifican el riesgo y las molestias de las actualizaciones forzosas.

Es que hasta el lenguaje que utiliza Microsoft rezuma chulería y prepotencia. Fíjate en la captura de pantalla que he hecho esta mañana: «El dispositivo se reiniciará para actualizarse fuera de las horas activas«. Esto se va a reiniciar, vamos a instalar lo que queramos, digas lo que digas, hagas lo que hagas, por narices. Y mucho mejor era un mensaje de hace tiempo: «no haremos cambios que perjudiquen el sistema«. O sea: «vamos a entrar en tu casa, en tu oficina, en tu disco duro, en tus ficheros, y hacer lo que nos dé la gana, cortando tu sesión de trabajo durante minutos u horas, y lo que tú digas no nos importa para nada«.

Microsoft ha dicho en varias ocasiones que iba a dejar de hacerlo: en 2017 o en 2019, por ejemplo. Pero estas promesas se las ha llevado el viento y sigue con esta molesta costumbre. ¿Qué es lo que puedes hacer?

Como usuario o responsable de sistemas de tu empresa lo más importante es la continuidad de negocio, asegurarte que la información que usas (tus ficheros) están en su sitio y que las máquinas hacen lo que tú quieres. Así que lo mejor que puedes hacer es desinstalar Windows 10, poner Linux e iniciar una campaña de actualización de software para sustituir las aplicaciones de Windows por las de Linux: LibreOffice en vez de Office 365, por ejemplo. Y eso si te hace falta, porque muchas están disponibles en ambos sistemas, como entornos de desarrollo (Eclipse), navegadores Web (Chrome o Firefox), etc.

Si tienes aplicaciones que sólo están disponibles en Windows, lo tienes más difícil. Ya he comentado en otras ocasiones que yo no recomiendo usar ninguna aplicación que te «secuestra», impidiendo que puedas migrar a otra que haga lo mismo. Pero comprendo que hay una resistencia a cambiar las cosas que funcionan y a las que estás acostumbrado. Si no lo sabías, WINE te permite usar muchas aplicaciones de Windows en Linux sin problemas. Otra solución es que sólo pongas Windows en máquinas que no sean críticas y que hagas una política de copias de seguridad muy agresiva, para asegurarte que no pierdes nada. Esto último tendrías que hacerlo de todas formas, así que a lo mejor es la excusa para que te pongas con ello de inmediato.

Personalmente, yo estoy sustituyendo Windows por Linux y ejecutando una máquina virtual de Windows 10 para aquellas cosas que no puedo cambiar. Me doy cuenta que esto no es lo que haría un usuario normal y que quizás como empresa no puedas permitirte la duplicidad de entornos, pero mientras Microsoft siga pensando que tu máquina es suya, ¿qué opciones te quedan, si no quieres arriesgarte a volver a perderlo todo, como le pasó a las víctimas de la actualización de Octubre de 2018? Entiendo que el cambio es una molestia, pero ¿no lo es aún más no tener máquinas controladas en tu entorno?

2 comentarios

    1. Buenas tardes, Francisco. Gracias por el interés en el artículo que he compartido y la pregunta que me haces. Los criterios para elegir una distribución de Linux son varios: disponibilidad de software, facilidad de uso y muchas personas buscan incluso una cierta semejanza con el entorno al que estén acostumbrados, ya sea Windows O IOS. Así que no hay una directriz clara para recomendarte una, ya que dependería de tus preferencias.
      En principio, cualquier distribución fuerte te sirve, ya que lo importante es que tenga los controladores (drivers) necesarios para hacer funcionar tu portátil. Si no tienes mucha experiencia, mi sugerencia es que instales primero una máquina virtual para hacer un ensayo y que pruebes dos o tres para ver cuál te convence más. Sólo después de asegurarte que entiendes todo, me arriesgaría a hacer una reinstalación. También puedes usar Linux en modo «live» (o «vivo»), sin alterar el contenido del disco duro y arrancando desde una memoria USB.
      Te sugiero que eches un vistazo a estas tres: Debian, por las cantidad de software y documentación que encontrarás; Linux Mint, por la facilidad de uso; y Zorin, por el esfuerzo que han hecho en que sea lo más parecida a Windows.
      Un saludo y espero que te sea de ayuda.

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