El Síndrome de la Gran Empresa

Hace 3 o 4 años saltó la noticia de que el Senado se había gastado casi medio millón de euros en renovar su sitio web, alegando la complejidad del servicio. Dos semanas después, un aficionado replicó el dominio con software gratuito. Es un ejemplo perfecto del Síndrome de la Gran Empresa, que afecta de forma negativa al proceso de contratación de proveedores.

Este síndrome se caracteriza por descartar aquellos proveedores que no cumplen con los criterios de «estatus» asociado al prestigio que se supone que tiene la empresa, con independencia de la competencia técnica que acredite. Otro síntoma de este comportamiento es el desdén que muestran los responsables de la toma de decisiones hacia las recomendaciones de los técnicos, ignorando a menudo sus indicaciones o prescindiendo por completo de ellas. Se trata, por tanto, de un prejuicio de la media y alta dirección condicionado por una percepción elitista del problema que hay que resolver.

Esta historia tuvo que ser motivo de chismorreo durante semanas y meses en las oficinas de la consultora VASS, que fue la empresa adjudicataria de más del 50% del contrato. Un cuarto de millón de euros que se justificaron, según Chus Pastor, por el coste de las licencias necesarias y el trabajo de ingeniería. Según ella, estaban condicionados por el desafío técnico de requisitos como adaptar la presentación de pantalla a los distintos dispositivos que podían acceder al dominio. Esto se llama, en todas partes, diseño adaptativo (responsive design), evolucionó a mediados de la década pasada y viene gratis en cualquier tema de WordPress.

Todos los técnicos consultados en aquel momento por la prensa coincidieron en que era un despilfarro, una exageración que no tenía nada que ver con la complejidad del proyecto. En los primeros momentos fueron con algo de tiento, quizás por no tirar piedras contra su propio tejado. Pero a las dos semanas un ingeniero informático independiente consiguió replicarlo casi por completo sin gastarse un euro en licencias, dedicando sus ratos libres al proyecto. El descrédito para todos fue monumental.

Aunque los analistas coincidían en que la réplica no respondía por completo a los requisitos del pliego técnico, sí que admitieron que había conseguido demostrar que una sola persona, en una semana, con software de licencia abierta (open source) era capaz de hacer un trabajo significativo. No había proporción entre los resultados de VASS y el dineral que pedían por ello.

El Senado no puede contratar a un par de ingenieros para que le hagan el sitio web. Necesitan grandes consultoras, presupuestos de decenas o cientos de miles de euros. No es posible que su problema se resuelva con WordPress en un par de semanas. Son «una gran empresa». El problema es que ese sesgo hace que se eliminen de forma visceral propuestas económicas que podrían ser técnicamente válidas. Y posiblemente WordPress no sea la solución. O sí, que hay muchos sitios de alto rendimiento que funcionan con él. Si Variety o The New Yorker lo aguantan, ¿por qué no va a servir para el Senado, que tiene un tráfico miles de veces inferior?

La administración, me reconocía hace unas semanas un concejal, no se guía por criterios de rentabilidad o eficacia, sino de conveniencia y deudas políticas. El despilfarro es aceptable porque no hay que responder ante los accionistas, que son los ciudadanos; de hecho, no hay constancia de que el episodio del Senado le costase el puesto a nadie, supusiera una renegociación del contrato o una revisión de las políticas de contratación. Pero no quiero meterme en un debate estéril sobre corrupción o derroche, sino aprovechar esta historia para hacer una reflexión sobre la empresa privada, porque a menudo se ve afectada por el mismo problema, aunque quizás por distintas razones.

Un modelo de negocio en el libre mercado, al margen de sectores intervenidos con subvenciones, se sostiene en la competitividad. Y esto no es «hacerlo más barato», sino «hacer lo mismo a un coste menor». Si la web del Senado se podía hacer con WordPress, hay 450.000 € que se pueden rebajar sin perjudicar el producto final, sin sacrificar los derechos laborales de los programadores. Sólo hay que elegir mejor la solución técnica.

En el área de gestión de proveedores del CMMI hay dos prácticas relacionadas con estos procesos, llamadas «Identificación de proveedores potenciales» y «Evaluación de las soluciones propuestas». Prevenir el Síndrome de la Gran Empresa es tan sencillo como definir estos procesos de forma que la primera propuesta de proveedores venga de los departamentos que tengan que hacer la integración y puesta en marcha del servicio en el cliente. Comprendo que esta es una visión idealista del problema y que las «relaciones» pueden imponer compromisos ajenos al ámbito técnico. Pero esos compromisos pueden restar competitividad a la empresa.

Que VASS se empeñe en defender que hace falta un cuarto de millón de euros para hacer un sitio web es lógico, porque tienen que aguantar el tipo. Pero sólo sirve para lanzar un mensaje de poca competencia técnica o de su mucho margen comercial. Por mucho sellos de certificación CMMI Nivel 3 que pongan en el sitio web, los hechos sugieren que tienen una gran trazabilidad… en vender servicios sobrevalorados.

Cuando hablo con los responsables de algunas consultoras en este sentido, me comentan la dificultad de apartarse de la media. Si bajas mucho, puede parecer una baja temeraria y, a fin de cuentas, hay que mantener la empresa a flote. Mi percepción, sin embargo, es que si se cumplieran los compromisos adquiridos, si los proyectos se entregasen de forma razonable, una empresa de tales características sería más competitiva sin comprometer su viabilidad. La fidelización de clientes debería ser mayor, ¿o no? Sólo hace falta aprovechar esos contactos para hacer proyectos piloto en los que aplicar la estrategia y no para hacer webs de Joomla por medio millón de euros.